El control del calentamiento global es el mayor reto de la década que comienza.
2020-2030 pasará a la historia como la década en que se jugó el futuro del cambio climático, lo que equivale a decir que pasará a la historia como la década en que se jugó el futuro de la economía, el bienestar social y la integridad de la biodiversidad, dada la profunda relación de estas tres dimensiones con el fenómeno.
Pues para alcanzar la meta más ambiciosa del Acuerdo de París de mantener el incremento de la temperatura promedio de la Tierra por debajo de 1,5 ºC en relación con la era preindustrial se requiere reducir la emisión global de gases de efecto invernadero (GEI) en un 50 por ciento hacia el año 2030. ¿Qué ocurriría si no se logra?
Según el informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, publicado a finales de 2018, conllevaría el alto riesgo de que la Tierra ingrese en una senda de fenómenos climáticos extremos, en el mediano y largo plazo, que podrían llegar a ser catastróficos y estar por fuera del control humano.
En el filo de la navaja
Cuando se firmó el Acuerdo de París en 2015, en medio de gran optimismo de los gobiernos, muchos afirmamos que no había razón para tal regocijo, puesto que el vaso quedaba medio lleno y medio vacío: no era lo suficientemente fuerte porque la reducción global de GEI prevista estaba por debajo de lo requerido (EL TIEMPO, 14 de diciembre de 2015).
Pero reconocimos que era la primera vez que se ponían de acuerdo las partes que representan más del 60 por ciento de las emisiones globales, un hecho, sin duda, remarcable: China con 26,8 por ciento de las emisiones globales de GEI, Estados Unidos (13,1), los países miembros de la Unión Europea (9,6), India (7) y Rusia (4,6).
De conformidad con el Acuerdo, cada uno de los países del mundo fijó una meta de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en su territorio, a partir del principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas, que en la práctica significa que los países que más han emitido deben hacer unas reducciones sustantivamente más altas que las de aquellos cuyas emisiones han sido menores.
Así que la sumatoria de las metas de reducción prometidas por 184 países, para cumplirse entre 2020 y 2030, debe ser tal que se impida que la concentración de GEI en la atmósfera llegue a un nivel en que la temperatura promedio de la superficie del planeta se incremente más allá de 1,5 ºC en relación con la era preindustrial.
Para lograr esta meta, las emisiones globales de GEI en 2030 deberían ser de solo 27 GtCO2-eq (gigatoneladas de todos los GEI combinados –bióxido de carbono, metano, óxidos de nitrógeno etc.–, expresados en CO2 equivalente).
Según el informe ‘La verdad detrás de los compromisos sobre el clima’ (noviembre de 2019), liderado por Robert Watson, una de las más reconocidas autoridades científicas sobre el cambio climático, si todas las promesas de los países se implementaran completamente, las emisiones globales de GEI ascenderían a 54 GtCO2-eq para 2030.
Al constatar la enorme diferencia entre lo hasta ahora acordado y lo requerido, se concluye que nos encontramos “en el horizonte de un desastre ambiental y económico como producto del cambio climático inducido por la actividad humana”. Y para evitarlo se requeriría que las promesas para enfrentar el cambio climático al menos se dupliquen en la próxima década para reducir las emisiones en 50 % hacia 2030.
En el horizonte de un desastre ambiental y económico como producto del cambio climático inducido por la actividad humana.
El negacionismo
A estas alturas algunos lectores ya habrán reaccionado afirmando para sí que estas últimas aseveraciones son falsas, un producto típico del ambientalismo con la cabeza recalentada, de los apasionados a predecir el apocalipsis; que el cambio climático de origen humano es un cuento chino, tal como lo afirma el presidente Donald Trump, una posición que comparte buena parte de los republicanos del Congreso de los Estados Unidos, el presidente brasileño Jair Bolsonaro y no pocos líderes empresariales.
Estos arguyen que no hay motivo alguno para ponerse en la compleja y costosa tarea de reducir las emisiones globales de GEI, pues las principales evidencias científicas señalan la no existencia de un cambio climático producido por la acción humana, y explican que los fenómenos naturales son las únicas causas del derretimiento del Polo Norte, la Antártica y los glaciares de alta montaña, o del aumento de las lluvias torrenciales y de la agudeza de los huracanes, o del aumento de la duración de las estaciones de lluvias.
Pero como lo recordó Mario Molina –premio nobel en Física–, en la conferencia que dictó hace un mes en Bogotá, en el marco del XX Foro Iberoamericano, “el 97 por ciento de los científicos del clima creen que el cambio climático, con sus impactos que cotidianamente sufrimos, se deben principalmente a las actividades humanas”. El 3 restante de los científicos son el soporte de aquellos líderes políticos y empresariales que han optado por negarlo.
La difusión pública de la negación ha sido de una enorme efectividad, siendo en sus orígenes liderada por la Exxon y otras multinacionales del petróleo, de los automóviles etc., que financiaron múltiples actividades para que se falsificara la evidencia del cambio climático, como ha sido ampliamente demostrado por los historiadores de la ciencia Naomi Oreskes y Erik Conway en el libro Mercaderes de la duda (2010).
Es una de las más vergonzosas e irresponsables historias del mundo corporativo y político que hoy continúa, como se manifiesta, por ejemplo, en Fox News, la red de televisión con más audiencia en Estados Unidos, que difunde a diestra y siniestra informaciones que niegan el cambio climático.
Un ciudadano del común está en su derecho de pensar y vociferar que el cambio climático es una falsa noticia. Esa es la libertad de expresión. Pero que líderes políticos como Trump y Bolsonaro, o una empresa periodística, como Fox, nieguen su existencia es un acto carente de toda ética y de desmesurada irresponsabilidad. Y más cuando esa negación explica en mucho el enorme retraso que se registra en combatirlo. Recordemos que en 1978 se señaló la existencia del fenómeno y el imperativo de enfrentarlo de inmediato.
El futuro
Con frecuencia se oye decir que el poco avance en combatir el cambio climático se debe a que no se cuenta con la tecnología para enfrentarlo, o que resolverlo quebraría la economía. Ni lo uno ni lo otro. Hace quince años Stephen Pacala y Robert Socolow, profesores de la Universidad de Princeton, identificaron quince diferentes alternativas tecnológicas existentes en el mercado, o a punto de estarlo, y demostraron la viabilidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en las escalas y plazos requeridos. Y hace once años, en un estudio pionero de la economía del cambio climático, Nicholas Stern estimó que el costo de la inacción supera con creces el de la acción. Hoy existen decenas de estudios que ratifican estas conclusiones.
Queda un plazo muy corto para evitar el desastre económico y ambiental que se avizora en el horizonte. En la próxima reunión de la Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático, en 2020, se dará una respuesta sobre la medida en que las naciones del mundo están dispuestas a subir drásticamente sus promesas de reducción de emisiones de GEI. Es un asunto que, dada su complejidad, se acabará definiendo en el curso del primer quinquenio de la década 2020-2030. Y como ocurrió cuando se logró la firma del Acuerdo de París, todo dependerá en grado sumo de que Estados Unidos y China, acompañados por los otros grandes emisores, adopten un liderazgo contundente.
La creciente presión pública sobre los líderes políticos y empresariales para que tomen las medidas jugará un papel central. El grito de los jóvenes, simbolizado por Greta Thunberg, ofrece una luz de esperanza. La próxima década estará marcada por protestas masivas lideradas por las nuevas generaciones, que apenas hoy comienzan. Los grandes cambios sociales de la humanidad no han sido un regalo de las élites políticas y empresariales, que con frecuencia están sentadas en la protección de sus privilegios. Han sido el producto de movimientos sociales muchas veces llenos de sacrificio y sufrimiento. En el caso del cambio climático no será diferente, como tampoco lo será la creciente insatisfacción de los jóvenes con lo que les estamos legando sus mayores en diferentes ordenes de la vida social, económica y ambiental.
MANUEL RODRÍGUEZ BECERRA
El Tiempo