Desde 2019 se han registrado 295.000 fallas eléctricas; 25.000 de ellas ocurrieron en el 2021.
Martín, un vigilante privado que habita y labora en Maracaibo, estado Zulia, celebra haber tenido servicio eléctrico, sin interrupciones, durante tres días. En la noche del jueves, sin embargo, volvieron los que llama “problemas rutinarios” con la luz.
En el barrio en el que vive, el corte fue de 7:00 pm a 11:00 pm. En otros sectores de la misma entidad, fronteriza con Colombia, ocurrió entre 11:00 pm y 3:00 am.
“No sé si lo hacen por un poquito de mejoras a la persona. También (en la zona del municipio San Francisco) hay mucho empresario que tiene fábricas y será que hacen ese clamor, ese llamado, para ellos poder hacer sus productos”, especula Martín, al referirse a las que cree pueden ser las causas de la ligera mejora que –asegura– ha habido en la prestación del servicio eléctrico.
Martín no es el único venezolano con esa percepción. En su más reciente estudio, de enero de 2021, el Observatorio Venezolano de Servicios Públicos (OVSP) ya había detectado una disminución de 22 puntos porcentuales en la valoración negativa de la calidad del servicio eléctrico, que en tres meses pasó de 74,7 por ciento, a 52,7 por ciento del total de opiniones recogidas en más de 6.500 hogares de 12 capitales del país.
Maracaibo, de hecho, y según este sondeo, pasó de ser una de las ciudades que tradicionalmente ocupaba los lugares con índices más altos de valoración negativa del servicio eléctrico, a ocupar la sexta posición.
Pero esto no significa que la crisis eléctrica se haya solucionado, ni allí, ni en el resto del país. “A veces hay tres días con servicio (de luz) completo. Como hay veces que hay una semana en la que todos los días nos cortan (la luz) las cuatro horas. No nos perdonan”, aclara Martín.
Aún 31,1 por ciento de los consultados por el OVSP padece cortes eléctricos diarios. Y el problema se está haciendo cada vez más evidente en la capital. Desde finales de la semana pasada se experimentaron varias fallas por día en al menos 15 sectores del municipio caraqueño de Baruta, según enumeró el director general de la alcaldía, Luis Aguilar, quien consignó los reportes de las más recientes averías ante la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec), a la que exigió, además, una “pronta solución”.
A exactamente dos años del apagón que dejó a oscuras a Venezuela durante varios días, vecinos de esta zona de la capital y de otras del país aún temen una repetición, algo que los expertos no descartan.
Malabares
Desde marzo de 2019, cuando acaeció el “megaapagón”, como lo han llamado los venezolanos, el denominado Comité de Afectados por los Apagones ha registrado casi 295.000 fallas eléctricas en todo el país. De estas, unas 25.000 han ocurrido en lo que va de 2021.
“Las condiciones siguen siendo las mismas: el Sistema Eléctrico Nacional (SEN) está absolutamente abandonado y colapsado, no se han hecho los trabajos requeridos”, denunció Aixa López, presidenta de dicho comité.
Según los números de esta organización, Caracas registra hoy más bajones que en 2019 o 2020.
Que la capital venezolana dejara de ser una suerte de “ciudad protegida” en materia eléctrica es, a juicio del ingeniero Víctor Poleo –quien fue viceministro de Energía y Minas en los primeros años del chavismo– una consecuencia de la desinversión, aunque no precisamente por falta de recursos.
“Entre 1999 y 2017 se asignaron más de 100.000 millones de dólares al sector eléctrico (…) y el sistema está en ruinas. (…) me temo que más de la mitad fueron despilfarro y corrupción”, aseguró Poleo, al tiempo que hizo referencia a casos sonados, como el de Derwick Associates, una compañía sin experiencia en el sector a la que le fueron adjudicados 12 contratos relacionados con el sector eléctrico, en los que se denunció sobreprecio.
Las consecuencias son dramáticas. “El sistema eléctrico no puede subsistir”, dice Poleo, para quien lo único que estaría funcionando, actualmente, son las centrales hidroelétricas del Bajo Caroní.
“Está tan bien hecho, tan bien pensado, (…) que es imposible que lo destruyan. Mientras haya agua en el (río) Caroní y haya turbinas, tendremos el poquito de electricidad que hoy estamos viendo”, explicó.
Pero es insuficiente, lo que hace que el riesgo de otro mega apagón, a su juicio, esté siempre presente. Los militares a cargo del sistema eléctrico nacional parecen saberlo, de allí que, a su juicio, hayan instaurado una suerte de racionamiento de facto.
“Están transmitiendo menos porque no saben manejar un sistema de estas dimensiones, no lo aprendieron. Aprendieron que, si transmiten grandes volúmenes, a grandes distancias, se les puede caer el sistema, porque el sistema está descompensado (…) Entonces transmiten con un sentido de riesgo para impedir que los desequilibrios entre cargas térmicas en el norte y cargas hidroeléctricas en el sur vuelvan a provocar inestabilidad”, explicó Poleo.
Crisis quinceañera
En las recientes observaciones preliminares sobre Venezuela de la relatora especial de la Organización de las Naciones Unidas sobre medidas coercitivas unilaterales y Derechos Humanos, Alena Douhan, destaca la supuesta incidencia de las sanciones en la compra de repuestos para la reparación y el mantenimiento de la electricidad y otros servicios.
Poleo, sin embargo, remonta el inicio de la crisis eléctrica en este país al año 2005, una década antes de que Estados Unidos aplicara las primeras sanciones contra Venezuela.
Junto con otros ingenieros, él estuvo entre quienes emitieron las primeras alertas, en ese año. “Las máquinas y el sistema mismo comenzando a dar señales de no muy buena salud”, recuerda.
En 2010, los especialistas detectaron algo más. “Nos convencimos de que era intencional: no puede ser que, con tal cantidad de dinero, el sistema esté mal. No es explicable, tiene que haber intencionalidad. Sin electricidad no hay bienestar, no hay economía”, dijo Poleo.
Según cifras que maneja, para el año 2000, 75 por ciento de la electricidad se distribuía a comercio e industrias y a la actividad económica, y el 25 por ciento restante a las residencias. Hoy asegura que esos porcentajes están invertidos.
“No hay producción de bienes, de allí la escasez y el hambre, y lo que hay son cuatro bombillos para alumbrar las casas, las residencias. Esta tal vez sea la mejor fotografía para una aldea, Venezuela se hizo aldea eléctrica”, dijo.
Y no solo cambiaron las fracciones del mercado. También disminuyó la oferta y la demanda, de unos 20.000 megavatios en el 2000 a los 10.000 o menos que se estima en la actualidad.
No hay cifras oficiales porque, como recuerda Poleo, también en esta área hay opacidad informativa.
Vivir sin luz
Martín sintetiza la situación de Maracaibo en tres palabras: “Es un caos”. Además de fallas en el suministro de energía eléctrica, este maracucho asegura que en esta ciudad, como en otras, tienen problemas con el gas doméstico, el suministro de agua por tuberías, la circulación de dinero en efectivo, el suministro de gasolina, la recolección de basura y las comunicaciones.
“Esto es el propio tercermundismo”, acota.
Los habitantes de esta ciudad, que fundó su sistema eléctrico en 1988, convirtiéndose en la segunda ciudad latinoamericana en hacerlo, después de Buenos Aires, se han acostumbrado a la vida sin servicios.
Lo del gas lo sortean cocinando con leña. Y en las noches oscuras también se las ingenian.
“Hay que hacer la comida temprano, cosas así. En las noches, juegos de azar: el dominó, las barajas, el bingo, con la linterna de los teléfonos o el que tiene un bombillito ahorrador. Otras personas pasan el rato conversando. Esa es la vida nocturna de aquí de Maracaibo”, dice Martín.
ANDREÍNA ITRIAGO
CORRESPONSAL DE EL TIEMPO
MADRID
Tomado de El Tiempo