Científicos presentaron el informe más detallado y completo que existe sobre biodiversidad.
Si las abejas, mariposas, aves y los demás polinizadores dejan de existir mucho de lo que comemos diariamente también lo hará. Foto: GUILLERMO OSSA. EL TIEMPO
La naturaleza está disminuyendo en todo el mundo a tasas sin precedentes en la historia de la humanidad. De un estimado de 8 millones de especies animales y plantas existentes, alrededor de un millón están en peligro de extinción en las próximas décadas si no hacemos un cambio radical en los métodos de producción y consumo.
Esta es una de las conclusiones que arroja el más reciente y ambicioso informe de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes, sigla en inglés) divulgado ayer en Bruselas (Bélgica).
Según este, las fuerzas que más han impactado la naturaleza son los cambios en el uso de la tierra (incluidas deforestación, ganadería, agricultura) y el mar, la explotación directa de organismos, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras.
Esto ha hecho que al menos 680 especies de vertebrados hayan desaparecido desde el siglo XVI y, ahora, más del 40 por ciento de las especies de anfibios, casi el 33 por ciento de las formaciones coralinas y más de un tercio de todos los mamíferos marinos estén amenazados.
Las generaciones actuales tienen la responsabilidad de legar a las generaciones futuras un planeta que no se vea dañado irreversiblemente por la actividad humana.
Aunque para los insectos el panorama es menos claro, la evidencia disponible respalda que la amenaza es para el 10 por ciento de ellos. Hay que tener en cuenta que estos constituyen el 75 por ciento de los 8 millones de especies animales y plantas existentes.
Desde el 2005 no había un documento tan completo sobre el estado de la naturaleza en el planeta y la relación que esta tiene con los actuales modelos de desarrollo y consumo, el cual fue realizado por 145 expertos de 50 países.
“Este informe esencial nos recuerda a cada uno la verdad obvia: las generaciones actuales tienen la responsabilidad de legar a las generaciones futuras un planeta que no se vea dañado irreversiblemente por la actividad humana. Nuestro conocimiento local, indígena y científico está demostrando que tenemos soluciones, y no más excusas: debemos vivir en la Tierra de manera diferente”, dijo Achim Steiner, administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud).
¿Y esto por qué debería importarnos? Por muchas razones. Porque el aire que respiramos depende de las plantas que producen el oxígeno; porque si las abejas, mariposas, aves y los demás polinizadores dejan de existir, mucho de lo que comemos diariamente también lo hará; porque la biodiversidad ayuda a regular el clima, a evitar la erosión de los suelos, a prevenir eventos climáticos extremos (como sequías e inundaciones); porque nos ofrece espacios de recreación y cultura (como cuando vamos al mar o nos adentramos en la selva), agua limpia y fresca, energía, medicamentos y recursos genéticos.
Por ejemplo: más del 75 por ciento de los tipos de cultivos alimentarios mundiales, incluidas las frutas y verduras, y algunos de los cultivos comerciales más importantes, como el café, el cacao y las almendras, dependen de la polinización animal. Los ecosistemas marinos y terrestres son los únicos sumideros de las emisiones de carbono antropogénico que hay, secuestrando casi el 60 por ciento de estas.
“Estamos erosionando los fundamentos mismos de nuestras economías, nuestros medios de subsistencia, la seguridad alimentaria, la salud y la calidad de vida en todo el mundo”, alertó Robert Watson, presidente del Ipbes.
No obstante todos los servicios que nos brinda, no parece que estemos viviendo en armonía con la naturaleza. Solo para el caso de la expansión agrícola hacia los ecosistemas intactos, Ipbes advierte que, aunque varía de un país a otro, las pérdidas de estos se han producido principalmente en los trópicos –con 100 millones de hectáreas de bosque tropical desde 1980 hasta el 2000–, donde se encuentran los niveles más altos de biodiversidad del planeta. En América Latina, como consecuencia de la ganadería, la cifra llega a los 42 millones de hectáreas, mientras que las plantaciones en el sureste asiático ya abarcan 7,5 millones de hectáreas, el 80 por ciento por palma de aceite.
No todo está perdido
Pese a los catastróficos escenarios, los investigadores inyectan una alta dosis de esperanza en el informe si tomamos medidas para remediar los efectos que hemos ocasionado, y desglosan una serie de acciones detalladas para afrontar los actuales desafíos globales.
Los resultados de la conservación dependen de muchos factores, entre ellos la gobernabilidad adaptativa, el fuerte compromiso social, los mecanismos efectivos y equitativos en la distribución de beneficios, el financiamiento sostenido, la tecnología/innovación, el monitoreo, el cumplimiento de las leyes, la promoción de infraestructuras y energías sustentables, entre muchas otras herramientas.
Los negocios como venían ya no son una opción, ahora hay que asegurar un uso compatible con el desarrollo local y sostenible a largo plazo.
“Este informe, sin ser prescriptivo, permite entender en cuáles ámbitos deberían tomarse acciones si se quiere revertir la tendencia de pérdida de biodiversidad. La Plataforma produce evaluaciones que no son jurídicamente vinculantes, pero sí tienen un rigor científico incuestionable”, le asegura a EL TIEMPO María Claudia Vélez, de la Cancillería de Colombia. “Necesitamos un cambio de paradigma en la manera como se han venido haciendo las cosas. Los negocios como venían ya no son una opción, ahora hay que asegurar un uso compatible con el desarrollo local y sostenible a largo plazo”.
Para la funcionaria, enfrentar el problema requiere de un enfoque multisectorial. En otras palabras: la gestión de la biodiversidad es una cuestión de todos. Ese fue uno de los mensajes claves que dio el presidente de Ipbes, Robert Watson: “No es demasiado tarde para hacer una diferencia, pero solo si empezamos ahora en todos los niveles, desde lo local hasta lo global. A través del ‘cambio transformador’, la naturaleza todavía puede conservarse, restaurarse y usarse de manera sostenible”.
Guardianes asediados
De la Amazonia a Oceanía, los pueblos autóctonos han conseguido frenar el declive de los ecosistemas con sus conocimientos ancestrales, pero estos guardianes de la naturaleza están sometidos a una presión cada vez más difícil de soportar.
Según Eduardo Brondizio, uno de los autores principales de este informe, estos pueblos tienen derechos de tenencia sobre, al menos, el 28 por ciento de la superficie terrestre global, incluido al menos el 40 por ciento del área protegida formalmente, y aproximadamente el 37 por ciento de los paisajes ecológicamente intactos.
“Este informe hace oír la voz de los pueblos autóctonos e incluso trata de fortalecerla a nivel internacional”, se congratula Lakpa Nuri Sherpa, de la organización Asian Indigenous Peoples Pact.
Sin embargo, estos ecosistemas también declinan bajo la influencia del empobrecimiento de los saberes ancestrales, del desajuste climático y sobre todo de un cambio de utilización de las tierras principalmente impuesto desde el exterior. “La presión que tienen que soportar es enorme”, subraya Brondizio.
TATIANA PARDO IBARRA
Tomado de El Tiempo