Es clave aprovechar la capacidad de las empresas del sector para influir en la construcción de modelos de negocio éticos en su cadena de valor.
El desarrollo sostenible captura la atención. La nueva narrativa de inversionistas, financiadores de proyectos, políticos, prensa, empresarios, academia y ciudadanos se está centrando, además de los elementos obvios de desarrollo económico, en temas ambientales, cambio climático, consumo responsable, energías renovables, relación sociedad-comunidades, entre otros, que evidencian una agenda estrechamente ligada con la sostenibilidad.
Las Naciones Unidas presentaron al mundo la Agenda 2030 que con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) busca una transformación total. En Colombia se expidió el Conpes 3918 de 2018, donde se define la estrategia para la implementación de los ODS, en esta, los servicios públicos domiciliarios y las telecomunicaciones juegan un rol esencial.
Se espera que a 2030 el sector logre el 100% de cobertura en agua potable; 100% en energía eléctrica; 100% de hogares con acceso a internet; incrementar a 17,9% la tasa de reciclaje y formas de utilización de residuos sólidos y reducir 20% las emisiones de gases efecto invernadero.
El principal cambio se viene dando en avances tecnológicos que están adelantando las empresas y es que la tecnología trae potencial para la construcción y operación eficiente de infraestructuras de servicios básicos.
La apuesta hoy es por energías limpias y renovables que aporten a la reducción de emisiones de carbono; a mejorar la eficiencia energética y del aprovechamiento de recursos naturales; a darle nueva vida a los residuos por medio de modelos de economía circular; a desarrollar infraestructura de redes y comunicaciones para lograr tener ciudades inteligentes, inclusivas y resilientes y al fortalecimiento de TICs como base para la implantación de prácticas de inclusión.
El desarrollo sostenible debe estar en el centro del proceso empresarial, ya no se trata de un tema de responsabilidad social, sino de competitividad y productividad; los inversionistas ya están evaluando –además de aspectos jurídicos, financieros, económicos y técnicos–, factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo, siguiendo principios de inversión responsable.
De hecho, el sector financiero está priorizando modelos de negocio sostenibles para enfrentar los riesgos de los “cisnes verdes”, término que hace alusión a crisis financieras provocadas por el cambio climático y fenómenos meteorológicos extremos, propuesto por el Bank for International Settlements (BIS).
En este sentido, han surgido también modelos internacionales de Empresas B y ahora en el ámbito nacional, Sociedades de Beneficio e Interés Colectivo (BIC) que reconocen la integralidad del negocio. Es clave aprovechar la capacidad de las empresas del sector para influir en la construcción de modelos de negocio éticos en su cadena de valor y grupos de interés.
Esta es la forma como se apalanca el verdadero desarrollo, donde no solamente se miran metas sectoriales específicas, sino todo el modelo operativo y de inversión para potenciar el impacto sobre la reducción de la pobreza, generación de más equidad y para favorecer un ambiente de menor conflicto. Los cambios no pueden ser exclusivos del sector empresarial, son labor de gobiernos nacional, departamental y local, academia, organizaciones sociales y ciudadanía.
Como decía Darwin: “No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio”.
Camilo Sánchez Ortega
Presidente de Andesco
Columna de opinión para Portafolio